EL FIN DE LOS PALACIOS DE INVIERNO. LUIS ANTONIO DE VILLENA
Nadie a estas alturas de la
historia de la literatura española intentaría descubrir quién es Luis Antonio
de Villena. Es algo más que obvio que se trata de un clásico vivo.
Villena es un autor prolífico,
en activo desde finales de los años setenta, y ha cultivado prácticamente todos
los géneros literarios que existen, aunque lo considero, -y no sé si él estaría
de acuerdo conmigo-, ante todo poeta. Pero en todos los diferentes rostros que
su literatura toma, podemos siempre apreciar una misma cosmovisión, una igual
manera de ver la vida, entre desencantada y fascinada por ella. Da igual que
leamos ese delicioso ensayo que escribió sobre Caravaggio, sus tratados de
estética disidente o el último de sus poemarios. Siempre se aprecia una
absoluta coherencia en sus planteamientos artísticos y vitales.
Recientemente, se ha
introducido en el terreno de la memoria, un proyecto que intenta pergeñar en
tres volúmenes, siendo El fin de los palacios de invierno, el primero
de ellos. Se trata este primer volumen de unas memorias de infancia y juventud,
en las cuales, el poeta rememora desde sus primeros años de infancia hasta
aproximadamente el año 1973. Está estructurado en escenas breves en torno a uno
o varios personajes que han sido significativos en la vida del poeta,
concluidas cada una de ellas con una breve reflexión de hondo contenido lírico.
Y así de esta manera desfilan ante el lector, personajes que han sido tan
importantes en la vida de Villena, como las mujeres de su familia. El sexo
femenino ha tenido mucha relevancia a lo largo de la vida del poeta, en el
sentido de que gracias a su madre, su abuela y su tía Carmen, el escritor ha
estado protegido de lo salvaje del mundo en cierta manera, -“It´s a wild
world”, nos decía Nick Cave, en aquella, ya vieja canción-, de lo hosco, de lo
vulgar. No le importa al poeta el denominarse como un niño mimado, que al
parecer lo fue, como ya afirmamos, dichos mimos le permitieron estar un poco
más alejado de lo desagradable que todo vivir implica, aunque, como veremos, esto
no fue siempre posible.
Paseó Villena su infancia por
oscuros colegios del franquismo, donde reinaba la brutalidad de los compañeros,
y la grisura de todos aquellos años de vulgaridad e ignominia. Fue un niño
solitario, -él se define como un solitario a lo largo de toda la vida-, que
tuvo pocos amigos. Esteta desde la infancia, con aquellas pequeñas gafitas
verdes que le fueron incautadas por una profesora a la que nunca perdonó, y
creo recordar que son las mismas que aparecen en un poema de Las herejías privadas.
La soledad fue siempre su compañía, una soledad que si no es creativa y
enriquecedora, puede ser uno de los más terribles destinos de un ser humano.
Otro problema latente en estas
memorias, además del saberse distinto, solitario, nunca amigo de lo gregario,
es la homosexualidad de Luis Antonio de Villena. Ser homosexual en España, a
pesar de todos los cambios en la moral sexual que ha experimentado el país en
las últimas décadas y de los cambios en el marco jurídico, como el
establecimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo en nuestro país, no
es para nada fácil. Estamos muy lejos aún de la normalización en todos los
ámbitos de la vida, de las diferentes opciones sexuales, muy condicionados por
una moral judeocristiana –el poeta aborrece la aborrece y también a la
iglesia-, que obliga a muchos homosexuales a permanecer en secreto por miedo a
las represalias que en el mundo laboral o familiar se puedan tomar.
Si esto ocurre hoy en día,
imaginemos qué podía suceder respecto a este asunto en la España de finales de
la década de los 60 y principios de los 70, en las cuales Villena vivió su
despertar sexual y la conciencia de su orientación sexual. No olvidemos que la
homosexualidad ha sido tema tabú incluso en los círculos más progresistas o intelectuales
de la España de aquella época, a modo de ejemplo, no podemos dejar de olvidar
que a Jaime Gil de Biedma no se le admitió como miembro del PCE por motivo de
su homosexualidad.
No creo, sin embargo, que la
sexualidad de Villena fuera vivenciada de una forma traumática, a la luz de lo
que escribe en El fin de los palacios de invierno, pero si le supuso
tal vez el vivir en un mundo hostil a la homosexualidad, el perder algunos años
claves en su vida, y en la vida de cualquier persona, para iniciarse en el sexo
y en los escarceos amorosos. El autor nos confiesa su deseo de haber estado
acompañado por un chico mayor que le hubiese iniciado en los secretos de la
carne y el deseo.
Pero no es todo una reflexión
sobre la sexualidad lo que aparece dibujado en estas memorias de infancia y
juventud; podemos comprobar de primera mano cómo era la universidad de aquellos
últimos años del franquismo, y la vida universitaria, gris y mediocre como la
retrata el poeta, aunque éste, con su siempre afán vitalista y como eterno
buscador de la Belleza, sabe sacar y encontrar lo más brillante, el diamante
oculto en lo más profundo de la tierra.
Y para todos los admiradores
de la literatura de Villena, gracias a estas memorias, podemos ser espectadores
de excepción de cómo se inició la carrera literaria del poeta, con sus primeros
ejercicios poéticos de juventud, -como todos los poetas-, hasta concluir con la
publicación de su primer libro Sublime solarium a muy temprana edad,
-aún no cumplidos los veinte años- y que revelaban a una de las voces más
singulares y de mayor bagaje cultural, sobre todo para sus pocos años, de la
poesía de la época. Es emocionante contemplar los inicios literarios de quien
es uno de los poetas más singulares de la poesía contemporánea en español. A lo
largo de estas memorias, el autor nos hace percatarnos de una de sus ideas que
permanecen latentes a lo largo de su poesía: que no existe diferencia alguna
entre la experiencia de la vida y la experiencia de la cultura, que ambas son
igual de enriquecedoras y complementarias, encontrando a una en la otra y
viceversa.
Tal vez la grandeza de estas
memorias sea ver cómo el autor despliega su particular mirar y estar en el
mundo a través de personajes que estuvieron, tal vez de pasada en su vida, o de
presencias que influyeron más en su vivir, como es capaz de realizar una
amalgama en toda esta mirada para acabar concluyendo que la vida, si bien, en
la mayoría de las ocasiones hace daño, tiene momentos, breves y efímeros, en
los que refulge y nos compensa de tanto dolor. Eso que a veces, llamamos
felicidad, y que siempre es tan breve.
Quedamos ansiosos esperando
los dos volúmenes que restan para que Luis Antonio de Villena nos siga
deslumbrando con su singular y particular visión de la vida y el mundo, esa que
nos hace poseer un poco más de Belleza en nuestros días, y que nos hace, por
tanto, ser un poco mejores.
El fin de los palacios de invierno. Luis Antonio de Villena. Editorial Pre-textos. 376 págs.
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