Divina. Inma Luna
Fotografía: Laura Muñoz Hermida |
Inma Luna,
(Madrid, 1966), no es ninguna recién llegada al panorama de las letras
españolas, es ya una autora que cuenta con una obra consolidada, tanto en el
panorama de la narrativa como de la poesía. Algunas de sus últimas entregas
son, la novela, Mi vida con Potlach,
(Baile del Sol, 2013) y el libro de poemas Cosas
extrañas que sin embargo ocurren, (Cangrejo Pistolero Ediciones, 2013). Divina, (Baile del Sol, 2014), es uno de
sus poemarios más recientes, donde traza un personalísimo universo. Divina es un libro de poemas que se
incardina entre la infancia y la juventud, unas épocas vitales, que si bien son
muy personales, puede cualquier lector que haya pasado por experiencias
similares, identificarse con ellas. Para muchos españolas educadas en la España de los setenta, son
muy familiares esos colegios religiosos, que Inma Luna evoca en Divina, no en vano fueron muchas
generaciones educadas bajo la tutela opresiva del dictado religioso, que si
bien, no ofrecía la cara más feroz del rancio nacionalcatolicismo, si mostraba
todavía un espantoso control del pensamiento y de los cuerpos. Son
instituciones educativas orientadas obsesivamente al culto de una deidad
represora y castradora, especialmente en el campo de la sexualidad, que limita
la libertad de pensamiento y obra. Tan sólo eran niñas –se trataba de un
colegio de un solo sexo, por supuesto-, que querían desarrollar algo tan
natural a la infancia como es el juego, que sin embargo les era arrebatado, ya
que éste llevaba a individuales mundos de fantasía que no eran deseables; ¿El juego, maestra?/No, la
reflexión./Imaginar convoca moscas,/el descontrol de las locas criaturas, afirma
la poeta en “El juego”. Sin embargo, y a pesar de todo, a pesar del ambiente
opresivo y gris, gazmoño y mediocre que la educación religiosa crea, la vida
siempre se abre paso, irrumpiendo como la lluvia que nos sorprende en medio de
una mañana de verano, la vida siempre vence, por muchos obstáculos que se le
quieran oponer, aunque ellas, las siniestras monjas, hacían todo lo posible por
negar la sexualidad, ya obvia, de unos cuerpos de niñas que tornaban en mujer,
que para ellas, sólo eran un signo de lascivia: Renovaron entonces los uniformes, / holgándolos/ engrosando la tela,
/desajustando el talle,/desdibujando a las mujeres/ que pujábamos por ser,
escribe en “Los uniformes”. Intentos vanos de ahogar a la naturaleza que
irrumpe por doquier, especialmente cuando estalla la primavera, cubriendo de
cemento el patio de recreo, para que no surja la vida en forma de hierba o una
flor: El campo despertaba / demasiados
instintos.
Inma Luna es
una mujer de clase humilde, obrera, que siempre se ha mostrado muy orgullosa de
pertenecer a dicha clase social, y que en numerosas ocasiones, ha prestado su
voz a los ofendidos, pero fue una niña morena con no demasiados juguetes, una
niña humilde sin flores: Tenía menos
juguetes / y muchas más horquillas en el pelo,/ ni una sola flor, / ni una. Por
eso, sus manos, intentan por un momento que la realidad sea otra, y que las dos
niñas, la de origen acomodado y la humilde, sean, aún tan sólo por unos
instantes, iguales, y compartan el mismo mundo, por eso rompe los juguetes de
la niña de posibles: mis dedos torpes
rompieron la mía/ mis dedos ladinos rompieron la suya/ intentando que fuésemos
iguales/ en algo. Una Inma Luna que seguía el mismo destino que muchas de
sus compañeras, todas esas niñas con una infancia hurtada, dedicada al rezo y a
bruñir zapatos, esperando una recompensa que nunca llegaba: Vivimos engañadas, /las cabecitas elevadas
al cielo, / nuestros zapatos relucientes. / Creíamos que así/ obtendríamos la
justa recompensa, afirma en “A las puertas”. Y por supuesto, nada de
pensar, sólo rezar y obedecer: no pierdas
el tiempo / una vez más/ pensando. Las religiosas eran las custodias de estas
niñas, las encargadas de llevarlas por el camino del rezo, la decencia y la
moralidad y sobre todo alejarlas del más alto pecado, que era el pecado de la
carne; sin embargo estas siervas de Dios eran objeto de la curiosidad infantil,
que fantaseaba sobre ellas y sobre sus aposentos: Imaginé pecados suculentos/ en vez de adivinar extraordinarias
soledades, o bien como afirma en “Dudas”, Me preguntaba si tendrían pelo debajo de las tocas, /si habría algún
latido, algo vivo y real, debajo de sus hábitos.
Una educación
religiosa, gris y asfixiante, que ahogaba los cuerpos con uniformes desmañados,
donde se silenciaba todo lo que tuviera cualquier relación con algo tan natural
como es la sexualidad; es entonces una lógica consecuencia que acabe en un
matrimonio fracasado y en un embarazo no deseado: Mi matrimonio fue un fracaso / que se gestó en la infancia, escribe
Inma Luna en “Prohibido jugar”. Una poeta, que si bien nos ha hablado con toda
franqueza de su infancia, nos habla con total honestidad de su juventud, de su
temprano embarazo y su matrimonio, con una claridad que nos recuerda a las
poetas confesionales norteamericanas, no en vano, cita unos versos de Anne
Sexton al comienzo del poemario. La sexualidad le fue hurtada a Inma Luna, como
a tantas otras mujeres de su generación, siempre presentada bajo el prisma del
pecado y la fatalidad, con honestidad descarnada nos lo expresa en el poema “El
tema”: Quisieron hablarme de sexo / al
enterarse de mi embarazo / y ni siquiera entonces/ supieron cómo hacerlo/ así
que me obligaron a casarme/ para evitar el tema.
El embarazo es
el resultado de una educación que va en contra de los dictados de la naturaleza
y de una absoluta ignorancia en materia de sexualidad. El embarazo, también es
el territorio del miedo, de lo desconocido, de una nueva vida que no se sabe
bien si se desea de veras: La cama y el
espejo eran el enemigo, / y las ojeras negras/ y todos los vaqueros que ya no
me abrochaban. Y como consecuencia de aquel embarazo, vino el matrimonio,
con prisas, para ocultar la vergüenza del pecado, el volumen que el cuerpo
adquiría con una nueva vida: Mi madre me
compró un hermoso manojo de rosas / y se ocupó de que en las fotos /las flores
ocultasen la determinación de mi barriga. Una Inma Luna que a pesar de
todo, de una infancia hurtada por las monjas, y de un matrimonio, probablemente
donde ella fue una mera figurante, sintió el ansía del conocimiento y el afán
de superación: Las seis de la mañana,/ el
niño duerme,/ la facultad espera, afirma en “Una gota de leche”.
Divina, es un poemario donde se nos
presenta una voz poética ya absolutamente madura, segura de sí misma, una de
las voces más importantes dentro del actual panorama poético español, y logra
construir en él un espejo, en el cual, tantas mujeres de nuestro país, que han
pasado por una educación religiosa y opresiva se pueden reconocer a través de
sus palabras, y donde construye la experiencia del embarazo juvenil y el
posterior matrimonio, una etapa vital por la que muchas mujeres también han
transitado y que sin duda alguna se reconocerán en ella, en este poemario, uno
de los más hondos y honestos de Inma Luna.
Luna, Inma, Divina. Tenerife.
Ediciones Baile del Sol, 2014, 69 pags.
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