La posesión del humo. Violeta C. Rangel.







Manuel Moya por Rica Ranz



Uno de los objetivos principales de Palabras y ceniza, es rescatar libros que fueron publicados hace tiempo, pero que por su especial interés, merecen una revisión. Uno de esos libros es La posesión del humo de Violeta C. Rangel, acertadamente vuelto a editar por Baile del Sol hace cuatro años, galardonado en su día con el prestigioso premio Ricardo Molina de poesía. Violeta C. Rangel es el brillante heterónimo del polifacético Manuel Moya, narrador, poeta, traductor y uno de los mayores especialistas en la obra de Fernando Pessoa de nuestro país.  No me canso de buscar nuevos lectores para La posesión del humo, libro que marcó una época. Sobre él unas cuantas palabras para intentar esclarecerlo.

Para Michel Foucault uno de los principales problemas cuando nos enfrentamos a un texto de poesía o ficción es el tema de la autoría. Si por azar o por omisión voluntaria se omite dicha autoría, se correrá en búsqueda del autor, sólo se acepta el anonimato en cualidad de enigma. El texto poético La posesión del humo, viene firmado por Violeta C. Rangel; pero ¿quién es en realidad Violeta?. Para responder a esa pregunta deberíamos de recordar la afirmación de Rimbaud: “Yo es otro. La verdadera vida está en otra parte”. Si rastreamos el origen de los heterónimos en la literatura europea, el primero en utilizarlos entre los grandes escritores del pasado fue Kierkegaard, al crear las identidades de Victor Eremita o Hilarius Religator, identidades creadas para enfrentarse al propio pensamiento del filósofo danés. Detrás de ese otro al que se refería Rimbaud, detrás de Violeta C. Rangel, se encuentra su ortónimo, Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960), poeta onubense de larga trayectoria, autor de una extensa obra literaria que abarca la poesía, la narrativa y la traducción. Es en esas tareas de traducción donde se ha interesado y ha profundizado en el mayor paradigma europeo en lo referente al problema de la heteronimia: Fernando Pessoa. El poeta portugués, ya de niño había creado una serie de heterónimos, hasta llegar en la edad adulta a más de cincuenta, de entre los que destacan Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Alberto Careiro. Cada uno de ellos tenían diferentes biografías, pero no sólo eso, sino que se encuentran, conocen e interactúan entre ellos.
Violeta C. Rangel es el heterónimo de Manuel Moya, pero si en todo heterónimo, intentamos para saber cuál es el origen de éste, rastrear la identidad del ortónimo, en este caso es imposible. Manuel Moya ha establecido en su personaje un cambio absoluto de identidad, comenzando por el cambio de identidad sexual, lo cual hace imposible cualquier intento de rastreo. Violeta C. Rangel esVIOLETA. Violeta la del Born, /[..]estado civil charnega […], valor tres mil, pensión aparte. Con Violeta C. Rangel se llega a la maximización de la afirmación de Rimbaud de “Yo es Otro”, pues Manuel Moya se encarna en una prostituta de arrabal, realizando uno de los mejores ejemplos de la poesía entendida como género de ficción, obviando absolutamente la identificación romántica del yo poético con el yo real.
Violeta nos descubre un mundo que existe en todas las ciudades, el arrabal, un mundo sórdido, feo, salvaje, donde cada cual sobrevive como puede entre las pensiones de mala muerte y el jaco, entre los callejones mal iluminados donde todo sucede y las vidas reventadas. Es un personaje que cuestiona a todos, el rey sonriendo, como siempre, / a la parroquia, se afirma en “Día del libro”, una mujer con un corazón herido que nadie lo puede reparar, cuyos días son Días, como todos, / de garrafa, días que son todos iguales unos a otros en su brutalidad, en su despojamiento, días que son atravesados por los personajes del arrabal, como La Guanchi, que es, la que vino de Canarias. / Jodida y bien jodida, se quiere abrir las venas / con un simple abrelatas. /Hace meses que se mete optalidones y basura que encuentra en los derribos, días que están sólo repletos de horror y espanto, donde se camina siempre mucho más allá del lado más salvaje de la vida, días en los queEstá nevando estiércoly un fulano / va y te dice, oye nena, a ver, a ver / mueve ese culo.
Pero la maestría de Manuel Moya en la construcción del heterónimo Violeta C. Rangel, no sólo se reduce a la creación de una identidad plena y llena de matices, sino que es capaz de crear un universo propio en los más peculiares detalles, como los personajes ficticios que pueblan las dedicatorias de los poemas, como a manolo alonso pazos, que una vez me salvó la vida, a quien va dedicado el poema “Savoir Faire”, un texto brutal donde se retrata la realidad más salvaje de la prostitución: Crees que ir de pavo en pavo es estupendo, / pero ¿qué me dices de bregar con esos bestias / que acaban poniéndote la pipa entre las piernas / cuando les hablas de condón?. Una prostituta, que como tantos personajes del arrabal, está en tratos con la heroína: No te tardes, ¡llévame!, jaco de Mierda. Un arrabal que toma vida cuando llega la noche y todos sus pobladores surgen como espectros a buscarse la vida como pueden, vendiendo sus cuerpos reventados o con sus trapicheos chungos de drogas cortadas con matarratas, mientras en los barrios de clase media, los biempensantes duermen plácidamente en sus cálidos lechos, ajenos a todo este enorme drama humano que se desarrolla en la noche, PORQUE la noche, niña, tiene sus gorilas / sus putas, sus tarados.
Violeta tiene que vender su cuerpo reventado para subsistir en el barrio, prostituta de calle y pensión barata con cama llena de chinches, haciendo la calle en las madrugadas frías, cuando el viento húmedo del invierno sopla sin piedad y la soledad más terrible es la única compañera de acera, prostituirse con tipos sórdidos, malencarados y malnacidos, estos mendas que se dejan / sus escombros y su hiel sobre tu colcha, que tienen su reverso en tipos, fulanos, que en mitad de una borrachera de vino barato le prometen sacarla de la calle y darle una nueva vida: la voz sesgada de un fulano / que promete sacarte de la calle / con fragatas y tanques y alguaciles, pero tan sólo son una broma más de la vida, unas palabras vacías de unos tipos a los que se les va toda la fuerza por la boca cuando han bebido demasiadas copas; Violeta sabe muy bien al mundo que pertenece y del que nunca saldrá, salvo con los pies por delante.
Una mujer de origen humilde cuya vida ha estado marcada siempre por la marginalidad y el abandono: SIEMPRE he vivido en cuartuchos desalmados / y a mi padre lo vi, tres cuatro veces; personaje desarraigado, sin raíces, charnega, como se define nada más comenzar el poemario, que nos revela todo un mundo oculto a la mirada cotidiana con sus palabras, que tiene incluso su propia visión de la poesía, su propia poética: no, no es esta una poesía / sino la mala vida, ¡joder!. Pero en tanta mala vida hay también un pequeño hueco para el amor, para encontrarse en el otro, aunque no sea un amor ortodoxo, si es que en asuntos de amor se puede hablar de ortodoxia, un amor que desborda y supera, tan intenso como el que se pueda tener en los buenos barrios donde los amantes se encuentran en restaurantes de comida japonesa: ¿y el amor, qué fue de aquello? / Una polla me tiene entre las cuerdas / la misma a la que amé más que a mí misma.
La poesía como billete usado y sucio que va pasando de mano en mano, también circula por el arrabal: Solos los tres / me larga algunos de sus versos tan manidos. Pero el tono de La posesión del humo, es el de la confesión brutal, descarnada, sin ornamentos, con un lenguaje que surge de las entrañas doloridas: CON dientes de verdín le comí el rabo que tenía un sabor a pollo frito, a cosa helada. Pero a pesar de todo, de tanta brutalidad, de una vida que se vende por tres mil, pensión aparte, Violeta también ha encontrado el calor de una mano amiga que se apoya en su brazo, porque en los límites del arrabal, también existe el cariño, el afecto, los perdedores se dan calor los unos a los otros, en un camino que saben conduce a ninguna parte: NO he perdido el tiempo / y aunque haya dejado la vida / en el peor de los muelles, / de algunas noches guardo […] la sagrada compaña de un amigo, todos esos amigos que la mala vida o el jaco ha ido arrastrando hacía la muerte. También hay lugar en La posesión del humo, para la reflexión moral, cuando se afirma: He huido en otros trenes,/ me he roto en otros cuerpos, y es mentira el mundo.
Sin embargo, no hay en La posesión del humo, una épica del perdedor, no se ensalza a nivel de mito al outsider, al que vive en los márgenes: NO eres la mejor por haber perdido siempre / o por perderlo todo, son seres humanos a los que les han venido mal dadas las cartas, que recibieron malas manos desde el principio, desde que todo comenzó, y que han hecho todo lo que se podía hacer en la vida, mal, todas las decisiones han sido erróneas, existe como una voluntad enfermiza en hacerlo mal, en dirigirse a la desgracia, vidas perdidas en los descampados poblados de jeringuillas usadas y condones resecos: perdí la vida / como se pierde un bolso en un atraco. […], la juventud perdí en un mal sueño.
La posesión de humo, reeditado muy acertadamente, dieciséis años después de su publicación, por Ediciones Baile del Sol, fue Premio Ricardo Molina en 1997, y constituye uno de los libros ya clásicos dentro de la reciente poesía contemporánea. Y sé del riesgo que tiene acuñarle el término de clásico a una obra tan reciente, pero otorgarle otro calificativo sería un error. No sólo es insólito por la utilización de un heterónimo de sexo femenino, sino que el poemario nos revela a un personaje oculto por el rumor cotidiano de la vida en las ciudades, un ser humano que vive en los límites, cuyas vivencias son brutales y descarnadas, muestra una realidad ante la cual volvemos la cara o bajamos la mirada; Violeta es un personaje al que no queremos en nuestras vidas, a quien nunca invitaríamos a nuestra casa ni le presentaríamos a nuestro hijo mayor, porque son personas que deben de vivir en el margen y mantenerse allí para siempre, sin salir de él, y sin interferir en nuestras vidas. La posesión del humo es también una interpelación a la hipocresía del lector de clase media, que disfruta comentando en una tertulia con sus amigos universitarios las andanzas del Yonqui de William Burroughs, pero que cambia de acera cuando se encuentra con un adicto en la vida real. Violeta nos habla claro, nos cuenta las intimidades de su existencia reventada en pensiones baratas y malos barrios, se nos planta de cara y nos mira a los ojos directamente, con descaro, como sólo la verdadera vida sabe mirar.

Rangel, C. Violeta. La posesión del humo, Tenerife: Ediciones de Baile del Sol, 2013. 82 páginas.

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